No hace muchos años ser adicto era sinónimo de estar enganchado. Y ese enganche no era otro que el de a cualquier sustancia prohibida o a cualquier cosa no muy bien vista. Años atrás eran muy pocos los etiquetados de adictos. La realidad hoy en día es muy distinta; un alto porcentaje de la sociedad es adicta y está enganchada, pero a las redes sociales.
El subidón ahora te lo
da un like a una foto que acabas de subir. Te lo da cuando consigues un nuevo
seguidor en uno de tus perfiles con ni siquiera conocer un ápice de esa
persona. También te lo da el saber que tienes cientos de “amigos” con los que
poder interactuar aunque esta relación sea virtual. Si lo primero que haces
nada más abrir tus ojos en la mañana es meterte en internet, si lo último al
acostarte es chequear que se cuece en tus redes, o si no puedes pasar más de
una hora al día sin mirar tu móvil, párate a pensar si vas por buen camino.
Tener cuenta en
Twitter, Facebook o Instagram, o un canal en Youtube puede ser en muchos casos
la nueva droga del siglo XXI. Droga fácil de conseguir y ciertamente gratuita.
Esta puede ser tremendamente adictiva y destructiva para personas que ven en ellas
un escape a sus problemas e inseguridades. Muchos usuarios buscan en ellas ser
visibles ante los demás, reafirmarse ante un grupo o intentar llenar sus
carencias familiares o sociales, sin pararse a pensar las consecuencias
negativas a medio y largo plazo que ese uso podría acarrearles. Es como si se
buscara el escape momentáneo del mundo real o la mejora del estado de ánimo.
Justo lo que hacen otras muchas drogas.
Importante señalar que el uso de las redes sociales y de cualquier otra tecnología es positivo siempre y cuando se haga con la funcionalidad principal para las que fueron creadas, y siempre que puedas tener un total control sobre ellas. Por el contrario, un uso abusivo y descontrolado puede provocarte un alejamiento de la vida real y de tus actividades cotidianas, e inducirte a altos niveles de ansiedad y falta de autoestima. Problemas de aislamiento, bajo rendimiento, cambios conductuales, sedentarismo, alteraciones de sueño e incluso depresión podrían ser otras de sus consecuencias.
Es evidente que el uso
expansivo de las tecnologías, en especial el de las redes sociales, está
provocando un deterioro en las relaciones humanas. Hoy en día es normal ver una
pareja cenando en un restaurante cada uno interactuando con su móvil. También
es normal viajar en transporte público sin comunicarse con la persona que está
sentada al lado, porque cada uno está metido en su mundo. Ya pocas familias se
sientan en el salón para comentar el día a día, compartir inquietudes y
proyectos. Ahora cada uno está desde una habitación conectado a su realidad, y
es desde ahí donde se comunica con el resto.
Hay estudios que
demuestran que las redes sociales están diseñadas de manera que promueven la
repetición de su uso. Cómo cualquier otra droga tiene un componente
predeterminado para que te enganches. Te conocen. Saben, a través de un
algoritmo, qué te gusta, qué es lo que más llama tu atención y por eso te
ofrecen contenido que te hace estar más tiempo allí y querer repetir
constantemente. Las investigaciones muestran que las redes sociales y su
enfoque en los 'me gusta' o las notificaciones frecuentes, parecen estar
asociados con la activación de áreas en el cerebro que nos hacen no solo
disfrutar de estas interacciones, sino biológicamente desear más de ellas.
Estas son las mismas regiones del cerebro asociadas con la adicción a
sustancias ilegales.
Como “producto adictivo”, el uso de las redes sociales debería regularse por los organismos competentes. No se trata de eliminar o quitar de tu vida una red social, sino hacer un buen uso de ellas.